Extrañar…un lugar, una época, a nosotros mismos. Extrañar nuestro cuerpo, nuestra sonrisa, nuestra forma de ser y hacer las cosas.
Extraño a mi hermana, extraño bailar, viajar, subirme a un autobús sin miedo…extraño llevar la cara al viento.
El tiempo se detiene y mientras extrañamos nos damos cuenta que es demasiado dolor para manejar.
Extrañar… ¡extrañar horrores! mientras esperamos un llamado, mientras nos carcomen los recuerdos. A veces se nos vienen imágenes a la mente y hasta recordamos olores, recordamos la tibieza y el peso de un abrazo.
Vemos fotos, escribimos y, si tenemos suerte, por un rato se nos pasa; pero la angustia perdura.
Ya sabemos que cuando extrañamos a alguien no hay canción que podamos escuchar, ni película que podamos ver sin que nos recuerde a esa persona. La encontramos en cada anécdota, en cada risa, en cada llanto…Y si a eso le sumamos que hay ilustradores que plasman el dolor de extrañar en sus trabajos, esta vez también encontraremos a esa persona que extrañamos en dibujos.
¿Duele? Claro que duele, porque ahí está, ahora también en imágenes que algún artista dibujó porque debe haber extrañado tanto como yo, porque lo sintió, lo vivió y canaliza dibujando, pero igual le duele. Lo sé. Y lo sé porque no veo más que unas radiografías de dolor, unos trazos de llantos, una poesía gráfica de una herida abierta que a veces todavía sangra.
Una y otra vez descubrimos que extrañar es mucho más que recordar, es más fuerte que anhelar volver a ver a alguien, es incluso más complejo que entender lo triste que es vivir de los recuerdos. Extrañar duele en todo el cuerpo, en todo nuestro ser y nos ahoga, porque mientras más extrañamos pareciera que más nos hundimos en el limbo de extrañar; en ese estado de no poder avanzar, aunque nos repitamos a nosotros mismos que sabemos que ya no hay vuelta atrás, que es la que nos toca vivir, aunque nos encaprichemos, aunque deseemos otra cosa.
Pero si sabemos que no hay manera, si sabemos que extrañar solo nos hace mal, si sabemos que nos duele ¿por qué deseamos tanto recordar lo poco que nos queda? No queremos perder esos recuerdos, y es que cuando comienzan a esfumarse los rostros recurrimos a las fotos, y cuando olvidamos charlas intentamos recordarlas. Pensamos una y otra vez, y otra vez más para no olvidar, aunque extrañemos, aunque nos duela.
Sé que mientras lees estás pensando en esa persona. No elegimos a quien extrañar, ni cuando, ni cómo. Simplemente el recuerdo viene invadiendo nuestro cuerpo, el cual sin dudas tiene memoria. Y es qué a veces hasta las sábanas recuerdan…
Nos cuestionamos: “No debería haber dicho aquello”, “Tendría que haberle dado más abrazos”, “Nunca le hice escuchar esa canción” o justamente “¿Por qué le dediqué ese tema?, y nos los planteamos una y otra vez, señal de que extrañamos.