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¿Por qué a la gente le gustan los reality shows?

¿Te acuerdas de Big Brother y de la familia en el sillón viendo La Academia? Desde ese entonces los reality shows han sido de lo principal en la oferta televisiva, aquí analizamos su importancia en la cultura mexicana y qué los hace tan populares.

El concepto de un reality show es ambiguo, posmoderno y casi de otro planeta. Si le hubiésemos dicho a alguien de los setentas y les dijera que en el futuro se mezclaría un documental donde se encierra a personas que no son celebridades, se les ponen retos semanales y encima de eso ¡concursan para ganar dinero por hacerlo! seguramente no me hubieran creído, además de que las cámaras los seguirían por 24 horas y la televisión de paga vendería el derecho a verlos las 24 horas, seguramente hubieran pensado que estábamos locos, incluido en eso el mismo George Orwell, creador de ese concepto de televigilancia en su libro clásico 1984.

Pero no, y aunque había antecedentes, en México fue a principios de los 2000 cuando “Big Brother” se alzó como el primer gran reality show. En él, gente promedio de diversos estados de la república y diferentes estratos sociales hizo audiciones (no sé y escapa a mi interés cómo eran) para estar en una casa conviviendo como en perpetuas vacaciones y eventualmente cumpliendo retos para ganar el abasto de víveres o inclusive recuerdo premios especiales como una cena de tacos y cerveza, que tenían una vaca metida ahí y muchas otras cosas bizarras que estos formatos televisivos de Europa contenían y que fueron invadiendo totalmente la T.V. abierta y de paga, son los primeros recuerdos que tengo de ese tipo de programas.

Posteriormente llegó “La Academia” y su similar “Operación triunfo” , igualmente basado en el mismo concepto de encierro y concurso, pero con la diferencia de que este enclaustramiento era en una escuela para formar cantantes, de esa manera los concursantes tenían acceso a asesorías con bailarines, entrenadores físicos y figuras del teatro musical y aspiraban a ganar contratos con disqueras, y todo por estar en un concurso de 6 meses a diferencia de carreras que se cimentaron en años de lucha cantando en bares, palenques y bailes regionales, esos realitys pintaban un cambio en la realidad de la noche a la mañana.

Este programa vino a sustituir los programas estilo “Siempre en Domingo” donde se presentaban shows de música y a hibridar un poco esto con el formato de programa de concursos que fue constante en los noventas. Aquí semana a semana, se daban las presentaciones de las y los cantantes plenas de porras con pancartas, jueces gandallas y anécdotas de sufrimiento de la familia y una pizca de conocimiento técnico de música, creo que no soy el único que escuchó por primera vez ahí palabras como vibrato, color de voz, voz de cabeza, voz de pecho y otros tecnicismos de canto, constante que se repite hasta el día de hoy.

Luego, el crecimiento fue exponencial, los canales antes musicales como VH1 y MTV fueron llenando su programación de este formato de programa, recuerdo cuando las primas de un amigo (literalmente) me comentaron que existía otro programa llamado “AMERICA’S Most Smartest Model” donde ponían en una casa a diversas personas dedicadas al modelaje y les ponían pruebas relacionadas con su inteligencia, lo que hacía que la gente se divirtiera y riera mucho al constatar que el fuerte de estas “personas bellas” no era su inteligencia ni la cultura general. Me contaron entre risas de la reacción de una chica cuando le preguntaban ¿cuál era el apellido del conquistador Napoleón? Contestaba con cara de duda “¿Pierre?” y bueno, entre toda esa risa.

Reality shows hay de todos los temas y para todos los gustos, formar cantantes y actores, dar una oportunidad a cocineros o balconear la vida de familias millonarias extendiendo los chismes de las revistas, poner a sobrevivir al ciudadano promedio en condiciones extremas, ver que las supermodelos y personas millonarias también comen pan con mermelada y tienen domingos de flojera, etcétera. Esta condición mundana de celebridades o al revés, el giro que la vida de una persona no pública toma a partir de aparecer en tele nos causa muchos efectos: nos motiva al saber que no somos tan diferentes, nos crea nuevas figuras de opinión (hay que ver cuántos influencers de los últimos años surgieron de esos programas) y a darle de comer a nuestro aspiracionismo. Sí… no me miren así y no sean hipsters, todos sucumbimos ante el espíritu de nuestras aspiraciones alguna vez, la oportunidad de cambiar todo de la noche a la mañana que sigue vendiendo billetes de lotería llena la mente del imaginario colectivo a través de estos programas.

Uno de los más conocidos es “Masterchef” que sin duda me hace un eco muy muy personal que no se quedan solo en el gusto por la cocina que tengo, las eliminatorias y las calificaciones de los jueces cuando sugieren el reto de cocinar con algún ingrediente me recuerda a los exámenes de admisión de las universidades (sí, tras el artículo sobre el estudio de la música sigo con esos ánimos) especialmente las de artes, donde a diferencia de en muchas otras carreras (al menos en las universidades públicas) se piden pruebas prácticas a los aspirantes que retan su creatividad y su grado de preparación previo en el área de especialidad. Aquí seas niño o adulto si tienes la sazón y una mediana técnica puedes aspirar a mejorar a base de regañizas y retos contrarreloj con profesionales del área, un escenario ideal para el camino del héroe y del underdog que tanto nos emociona.

Lo mismo que mencionaba del conocimiento musical aquí sucede con el gastronómico, aunque siempre han existido los programas de cocina y los recetarios, el escuchar esos términos de la boca de personas comunes y corrientes y de chefs reconocidos prende el ánimo de quien ve los programas.

Hay que decir también que los realities fueron primos hermanos de los Talk Shows; en un formato en el cual se tiene a una persona conduciendo un tema de debate, a veces entre gente experta de la materia o también de personas comunes y corrientes, casi siempre con una tendencia igual al chisme y a la faramalla como lo son el show de Oprah, Christina Saralegui o el hasta hoy todavía existente “Caso cerrado” donde aparentemente se resuelven casos judiciales con ayuda de alguien dudosamente experto y vemos muy seguido controversia, gritos y peleas que provocan la risa involuntaria, nuevamente el aspiracionalismo toca a la puerta cuando vemos que la gente que participa (si es que no es actuado) espera de verdad tener la justicia legal que sus condiciones les niegan (la mayoría son latinos de clase trabajadora, muchos de ellos indocumentados).

Además de esa polémica que genera el hecho de que esos programas sean un entretenimiento que solo interesa a nuestra parte más chismosa, morbosa (esas ganas que nos dan de ver qué onda cuando vemos un accidente vial) y de que posiblemente esa realidad esté sumamente manipulada y tan guionizada como cualquier serie que vemos en T.V.

Al igual que ellas, el reality show consigue vendernos una realidad de posibilidades más inmediata, aparentemente más participativa, pues el pueblo vota, ya sea por redes sociales o en ese tiempo llamando por cobrar a la línea oficial de la televisora para votar por su participante favorito, una pequeña probada del poder de “cambiar la realidad”. Además por la inclusión de personas como deportistas, teniendo reality shows de box, de atletismo y también las opciones (volviendo más al espectáculo) de incluir programas como “Ru Paul Drag Race” donde se pretendía encontrar a la siguiente superestrella drag, lo dicho , para cada público.

El ejemplo más actual es Acapulco Shore, un show prácticamente hedonista, donde los amoríos, peleas, golpes y chismes entre pura “gente bonita” que vive prácticamente en un paraíso sin inflación y sin impuestos (por unos días) viendo a quien se liga y a qué hora se mete al mar, lo dicho, la aspiración de los placeres sin preocupación en vivo y en directo.

Los reality shows nos emocionan a muchos por todas esas cualidades y también porque para llegar a su supremacía nos comimos desde pequeños todos los formatos de televisión que derivaron en su creación y nos causa cierta nostalgia y risa, recordar los golpes de “Hasta en las mejores familias” y la fuerza de esa mercadotecnia poderosa mezclada con las aspiraciones que vive siempre con nosotros. Ya cada quien juzgará acerca de los estereotipos o lugares comunes que eso forma, pero que siempre han sido una constante de la tele abierta. No sabremos qué habrá en 20 años y apenas vimos la punta del iceberg de lo que puede lograr el streaming….

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