Tener un don y estar destinado a ser el mejor a partir de ello, creerlo y confiar que, a partir de éste, todo saldrá según lo planeado, o al menos eso es lo que quisiéramos. Alcanzar a ser algo mucho mejor que los otros, sentirnos orgullosos por haberlo hecho y disfrutar de ello, pues nos lo merecemos. Ser el mejor que el resto, eso pensaba nuestro protagonista de esta excepcional novela.
“Bajo la rueda” (Unterm Rad), novela publicada en el año de 1906 y escrita por el autor alemán Hermann Hesse, nos cuenta la trágica historia de Hans Giebenrath, un joven con una extraordinaria habilidad académica, la cual es aplaudida por los habitantes de su pueblo y de la cual parte para ingresar al Colegio Teológico, donde ingresan los mejores estudiantes, teniendo un prometedor futuro como un pastor protestante erudito, respetado por todo mundo.
Como es común entre los maestros de la literatura y, sobre todo, de Hesse, “Bajo la rueda” es una historia en la que plasma la suya propia, donde expone su travesía por el mismo colegio, así como también nos transmite los pesares de un joven con la carga de las expectativas por logros personales ansiados por personas alrededor de éste y ajenas a sus propios deseos.
Recorriendo los campos y ciudades de la Alemania de principios del siglo XIX, acompañamos a Hans en su viaje por la adolescencia, esa curiosa aunque dolorosa etapa en la que, sin estar preparados, las experiencias están a la orden del día: sus pensamientos, sentires, logros y caídas, todos esos compuestos que formaron parte de la corta estadía de Hans en el plano terrenal.
Invitando, más que nada al público joven y no discriminando al más experimentado y maduro, a adentrarse en la vida de Giebenrath y aprender de la misma, con la advertencia anticipada de que los sentimientos serán diversos y, por la misma razón, no dejarse llevar totalmente por ellos sino vienen de la mano la reflexión con el actuar de Hans y de uno mismo.
Crecer duele, y mucho…
Quien haya pasado por la tierna etapa de la adolescencia sabrá muy bien a lo que me refiero con el subtema de arriba, y es que es cierto: crecer duele, y bien gacho, por no mencionar otro adjetivo más directo.
Hermann Hesse es muy conocido por sus obras, ya que uno de los temas fundamentales son el desarrollo personal multifacético del individuo (académico, religioso, espiritual, social), y en este libro se comienza a plasmar esa firma propia de él.
Hans es un chico que, como bien se mencionó anteriormente, es un estudiante brillante el cual obtiene las mejores notas en la escuela, todo mundo lo tiene en un pedestal, y él se siente orgulloso de ello; sin embargo, desde su magnífica calificación en el examen de admisión al colegio, como en el resto del libro, el joven recurre a menudo a sus recuerdos de la infancia, preguntándose qué fue lo que sucedió: de vivir una hermosa niñez, ¿cómo es posible que ahora sufra como no se tenga idea? De pasar horas y horas en la pesca, escuchando cuentos e historias fantásticas, criando conejos y paseando por los extensos bosques, cambiados por horas y horas de estudio y dolores de cabeza, tratando de alcanzar un objetivo que aparentemente lo hará feliz en lo personal. La nostalgia de un tiempo que quedó atrás y sólo se hará presente a través de las memorias, y por medio de las cuales se escapa momentáneamente de la dura realidad.
Llegada su juventud, llegan también responsabilidades y nuevas aventuras: escuela, amigos, amor, trabajo, y un futuro aparentemente espectacular pero también incierto. Todo es nuevo, y su única preparación fue meramente académica, sin consejo alguno para las situaciones inesperadas que trae consigo la adolescencia; entonces, ¿cómo afrontar todo ello? Tropezón tras tropezón, Hans reflexiona acerca de su madurez, del arduo camino por el que tiene que pasar y las decisiones que forman a la misma, aunque sean las que menos se imaginaba.
Me oyes, pero no me escuchas. De la escuela, la sociedad y la familia
“Y así, el espectáculo de la perpetua lucha entre las reglas y el espíritu se repite en cada clase y continuamos viendo al Estado y al colegio empeñados en atajar desde el primer momento todo surgimiento de genio entre los espíritus más profundos y nobles que afloran cada año.”
La rigidez de la institución no permite que su visión vaya más allá de la excelencia escolar, lo cual ocasiona estragos en algunos de sus alumnos. El compañero y amigo de Hans, Heilner, es un joven que el mismo colegio tacha de ser alguien poco ejemplar para los otros: un chico de personalidad melancólica y crítica, que cuestiona a la institución en sus múltiples errores, entre ellos, la poca comprensión y la gran exigencia a los estudiantes por parte de éste. A pesar de su manchada reputación, Heilner es considerado un genio y mantiene su postura hasta cierto punto; por otro, Hans, al percatarse de los propósitos de la escuela y las circunstancias dentro de ella, termina quebrándose y sin la ayuda de la autoridad quien al principio lo estimaba, pero al final deciden darle la espalda.
Al dejar el colegio, el cual era su medio principal para convertirse en teólogo, y regresar a casa, se enfrenta a sus mayores miedos: el fracaso y la frustración. El juicio de la población, de los profesores y el resto de sus preparadores, así como la incomprensión de su padre sobre su situación, acentúan el malestar de Hans, orillándolo a una constante ruleta de sentimientos y emociones tanto desagradables como ilusorios sobre su propio destino, aunque predominando la tristeza y la frustración. Todos pueden ver cómo se derrumba el genio del pueblo, pero nadie se pregunta qué es lo que pasa por su cabeza ni qué sentir sufre su corazón aún tierno de edad.
Expectativas: el futuro que no llega
“Habían hecho correr demasiado a aquel corcel y ahora, agotado, había quedado a la orilla del camino, sin servir ya para nada.”
El anhelo de otros, es la creencia de uno: las expectativas que tienen los que se hayan a nuestro alrededor comienzan a adquirir la forma de nuestros objetivos, de nuestros sueños. Generalmente es en el ámbito escolar, como a muchos nos sucede, aunque también es observable en otros ámbitos, como el deportivo o lo artístico. El problema surge cuando se nos hace creer en ello, que es nuestro único y último propósito y, además, que se debe ser mejor que el resto de los demás. Se exige para ser el mejor en una área o disciplina, pero se deja de lado ser la mejor versión de uno mismo, con la cual se puede afrontar las circunstancias de una manera más amena.
Giebenrath no pudo alcanzar a ser ese tan esperado teólogo no por su poca disciplina, sino porque no fue preparado en lo más importante: en su propia persona. A través de las dificultades y el cuestionamiento sobre cada paso que daba, el joven protagonista cada vez más caía en desgracia, preguntándose ¿y ahora qué? ¿Me preparé para esto? Cuando, quizás, el mayor logro que pudo haber alcanzado es haber sabido cómo llevar el presente con madurez a pesar de las dificultades y la crítica de otros, haciendo caso incluso a sus propias aspiraciones (sin que esto suene a terapia o sesión de coaching).
La historia de Hans no se encuentra muy alejada de la realidad que sucumbe a muchísimos jóvenes o incluso personas que, por una u otra razón, se sienten frustradas por sus vidas cotidianas: no es novedoso que dentro de una sociedad competitiva se quiera que alguien triunfe dentro de lo esperado, más no de lo deseado por ésta; así, además, de vivir en una constante frustración profesional cuando la solución es más humana de lo que imaginábamos.
Novela que nos impulsa a cuestionar y a reflexionar sobre nuestro verdadero propósito en esta vereda llamada vida.